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sábado, 29 de septiembre de 2012

Simone Weil (1909-1943)

Conocida como “La santa roja” por abrazar a un tiempo el cristianismo y el comunismo, se enrola en la Columna Durruti para combatir en el Frente de Aragón, una experiencia que exacerbará su pacifismo 

Para unos fue una visionaria mística y una revoluciona­ria; para otros, una idealista utópica al borde de la locu­ra. La pensadora y escritora francesa Simone Weil, conocida por el apodo de La santa roja, es uno de los personajes más singulares del siglo XX. Nace en París el 3 de febrero de 1909, en el seno de una familia burguesa de origen judío. Su familia tiene una gran influencia a lo largo de su vida. Es educada en el agnosticismo, producto de la enseñanza laica francesa y de la voluntad de sus padres, que habían abandonado toda práctica religiosa. 

Desde pequeña destaca en los estu­dios. Gracias a la sensibilidad de los padres, Simone recibe una educación amplia y profunda. Se interesa muy pronto por la civilización griega y roma­na, así como por la poesía y la literatura. Esta atracción por la cultura se une a su preocupación por los más desfavoreci­dos, sentimiento que le brota al observar la miseria humana que produce la Primera Guerra Mundial. 

Esta sensibilidad hacia los más débiles la acompañará siempre. Su interés por la Filosofía la lleva rápida­mente a la actividad políti­ca. Alain, profesor de Filosofía en el Instituto Henri IV, es el encargado de instruirla entre los años 1925 y 1928. A partir de ese momento, Simone Weil comienza a formar su pensamiento a base de numerosos escritos. 

Durante su etapa como alumna en la Escuela Normal Superior (1928) mantiene com­promisos activos en aconteci­mientos sociales y políticos. Crítica con la administración educativa, Weil escribe afi­lados artículos sobre el poder y la función de los gobernantes. 

En 1931, con tan sólo 22 años, ya es catedrática de Filosofía en el Instituto de Le Puy, una localidad en el corazón de la Auvernia. Allí intensifica su vida política colaborando, sin llegar a afiliarse, con los movimientos sindicales y la revolución proletaria. Su implicación llega a tal ex­tremo que reparte su paga entre los para­dos, además de mezclarse entre los obre­ros como una más. Esta es una de las cla­ves que recorren la historia de Weil: llevar sus ideas teóricas a la práctica. Su activis­mo social y político no gusta en el Instituto donde trabaja y es desplazada a Auxerre primero y, después, en 1933, a Roanne. 

Aquí es mejor acogida por sus compa­ñeros de trabajo e incluso imparte un curso sobre el marxismo. Pero por otro lado, Weil empieza a desencantarse de un mundo sindical demasiado burocratizado donde hay mucha distancia entre pensamiento y hechos. 

Es en este momento cuando Weil ejemplifica lo que es llevar la teoría a la práctica. Primero publica un libro de re­flexiones sobre el marxismo. Reflexiones sobre las causas de la libertad y de la opresión social (1934), y después deja la enseñanza para irse a tra­bajar como peón en la parisina Renault durante un año. 

Su experiencia en la fábrica queda recogida en su Journal d'usine, un diario en el que reco­ge sus vivencias como obrera. Según uno de sus biógrafos, “la prueba rebasó sus fuerzas. Su alma fue como aplasta­da por aquella conciencia de la desgra­cia que le marcó para toda la vida”. 

Ella misma da constancia de lo que vivió en la fábrica de automóviles: “Allí recibí para siempre la marca de la escla­vitud, como la marca a hierro candente que los romanos ponían en la frente de sus esclavos más despreciados. Después me he considerado siempre como una esclava”. Quizás para recuperarse, viaja con sus padres a Portugal y allí tiene su primer contacto con el cristianismo. Del abrazo entre comunismo y cristianismo le viene el apodo La santa roja

En 1936 estalla la Guerra Civil espa­ñola y Simone Weil quiere participar activamente en la defensa contra los sublevados. Durante unas vacaciones, contacta con libertarios catalanes y se alista como brigadista. Entra a formar parte de la Columna Durruti en el Frente de Aragón. 

“El único icono de la Historia en que un místico lleva un arma”, dice José Jiménez Lozano de una fotografía en la que Weil aparece con el mono y el gorro de los anarquistas y el fusil en bandole­ra. La guerra vuelve a marcarla negativa­mente. Las armas y la muerte provocan en ella un gran sufrimiento, llegando a pronunciarse en contra de cualquier enfrentamiento bélico por ser opuestos a la consecución de la justicia y la libertad humanas. Su pacifismo visceral se siente ultrajado al presenciar los fusilamientos de un sacerdote y de un falangista ado­lescente. Es evacuada del Frente de Aragón poco después de haber llegado tras abrasarse la pierna con una sartén. 

En los dos años posteriores a su abandono de la Guerra Civil española viaja a Asís (Italia) y a Solesmes (Francia), donde tiene sus primeras experiencias místicas. En libros como A la espera de Dios, Weil narra sus viven­cias en las que confiesa cómo sintió que Cristo la “tomaba”. 

En una carta al padre J.M. Perrin, con el que mantuvo una intensa correspon­dencia en los últimos años de su vida, Weil dice: “Usted no me ha transmitido la inspiración cristiana ni la figura de Cristo; cuando yo lo conocí, nada que­daba por hacer en ese aspecto. Todo se había llevado a cabo ya sin la interven­ción de ningún ser humano. Si no hubiera sido así, si no hubiera sido tomada anteriormente por Cristo [...] no lo habría aceptado”. 

Su familia se ve obligada a huir de Francia con la ocupación alemana en 1940. Primero se refugian en Marsella, donde Weil trabaja como jornalera agrí­cola, al mismo tiempo que traduce a Platón. Las autoridades franco-alemanas la acusan de resistente, pero la ponen inmediatamente en libertad “por loca”. En 1942, huye con su familia a Nueva York, donde pasa varios meses a regañadientes, ya que su deseo es trasladarse a Londres para participar en la resistencia que desde allí dirige el general De Gaulle y sacrificarse por la causa. En lugar de eso, se le encarga que escri­ba propuestas e informes sobre cómo podría encauzarse la reconstrucción de la sociedad francesa una vez se logre derrotar a los alemanes. Esos textos, desechados por utópicos, serían rescata­dos años después por Albert Camus, que los recopilaría en el libro Echar raíces

Finalmente, en noviembre del año 1942 consigue que la envíen a Londres, donde la admiten como funcionará de la Francia Libre que organiza la resisten­cia. “¡Está local”, exclamó De Gaulle cuando Weil le propuso que la manda­ran en paracaídas a la Francia ocupada. 

Su solidaridad con los franceses en el frente la lleva a no querer probar más alimento que el que la población comía, lo que termina de agravar una tubercu­losis que le acababa de ser diagnostica­da. Simone Weil muere en Londres el 24 de agosto de 1943, a los 34 años de edad.

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