Adsense

lunes, 22 de diciembre de 2014

Miguel Hernández (1910-1942)

El entorno campesino y humilde de que procede y la experiencia de la Guerra marcarán toda la obra de este poeta autodidacta que se convierte en uno de los iconos intelectuales de la izquierda española

Acumula en treinta y un años de experiencia vital los sinsabores del trabajo en el campo, la impotencia de una economía exigua que le impide desarrollar a tiempo completo su ambición literaria, el desaliento ante la dureza de la vida que le arrebata de los brazos al hijo primogénito por desnutrición y un périplo de traslados carcelarios que desembocan en una muerte temprana.

Por encima de su obra poética y la faceta propagandística de su prosa miliciana, destaca el hombre que se forja a sí mismo. Un niño pastor, nacido el 30 de octubre de 1910, que quiere escapar a la ignorancia de su entorno humilde cuando comienza a aficionarse a la lectura a su paso por el Colegio de Santo Domingo, donde destaca, según algunos autores, por su extraordinaria receptividad y viveza. Las andanzas de don Quijote, los versos de Garcilaso y los héroes de Virgilio se entremezclan con los obligados paseos por los montes de su tierra natal de Orihuela en busca de pastos para un rebaño de cabras, único sustento familiar. Aunque los jesuítas - ante su talento y afán de superación- quieren financiarle una carrera superior, su padre le reclama para las tareas de labranza. Este freno a su formación académica define mucho mejor su lucha interna que el aparente desfase ideológico entre el catolicismo inicial, heredado de su paso por los jesuítas y reflejado en sus primeras publicaciones de teatro sacro y poesía religiosa en las revistas Voluntad (1930) y Gallo Crisis (1933) de la mano de su alter ego Ramón Sijé, y su posterior; militancia en el Partido Comunista, influido por las amistades, en plena madurez, de Alberti, Pablo Neruda y Vicente Aleixandre, cuando fija  residencia en Madrid.

La quemazón que le desgarra por dentro es la propia de cualquier autodidacta. La inseguridad subyacente de quien se adentra en la esfera intelectual con la ambición permanente de un neófito, pero con la continua sospecha de no merecer el acceso a ese universo culto por carecer de títulos o mentores. Ávido de conocimientos, no quiere renunciar a sus raíces campesinas. Es un poeta que padece el sufrimiento de la gente llana, describiendo carencias y necesidades que comparte, alejado -como diría Michel Foucault- de la posición del intelectual teórico que cae en la "indigna tarea de hablar por otros" sin darse cuenta de que "sólo quien acepta arriesgar su vida por hacer la revolución, merece hablar sobre ella". Cuando Hernández dice: "Me duele este niño hambriento como uno grandiosa espina, y su vivir ceniciento revuelve mi alma de encina./Le veo arar los rastrojos, y devorar un mendrugo, y preguntar con los ojos que por qué es carne de yugo", no sólo describe la explotación de los niños yunteros, sino que habla de su propia infancia, acortada bajo la responsabilidad adulta que conlleva la faena en el campos.

Conocer las penurias de la clase trabajadora en primera persona dota, a sus versos de un tono franco y sincero. En cambio, su prosa propagandística es de menor calado emocional y literario. El lenguaje de su discurso político está puesto al servicio de la divulgación de lemas asequibles a las masas para prevenirlas del fascismo y los "elementos extranjerizantes -Hitler y Mussolini- que quieren invadir España". Alguna de las cabeceras de prensa republicana donde colabora son: Al Ataque, Milicia Popular, Ayuda, La Voz del Combatiente, Acero, Frente Sur, Nuestra Bandera y Pasaremos.

Se alista voluntariamente en el Quinto Regimiento para cavar trincheras y enseguida pasa a ejercer la función de comisario de Cultura en el Batallón El Campesino. Un puesto, más de pensador que de soldado. Transmite conocimientos a los combatientes, los alfabetiza, proporciona consignas de guerra, charlas y recitales de intelectuales antifascistas. Cometido que le llevó a traspasar las fronteras y ver mundo, al emprender un viaje a Moscú, Leningrado y Kiev para asistir al 5º Festival de Teatro Ruso invitado por el Ministerio de Instrucción Pública en 1937. A la vuelta de ese viaje se encuentra con la grata noticia de la publicación de Viento del Pueblo y Teatro de Guerra. Rosario Sánchez Mora, una miliciana conocida con el sobrenombre de Chacha dice respecto a Miguel Hernández -en una entrevista concedida a María Gómez Patiño- que era un hombre de mucha integridad. "Trataba bien a todo el mundo. Era amable, cordial, sosegado, dulce y serio a la vez". En la época que le conoció era comisario de Cultura. "Divulgaba, era un gran divulgador. También iba al frente, pero como era comisario no tenía que ir a disparar. Daba mítines de cultura. Arengaba mucho a los soldados. Luego iba a las trincheras. Le inspiraba para escribir. No sé si por la proximidad de la muerte". Y añade: "Miguel no se manifestaba mucho como político. Nunca supe si perteneció al PCE", A pesar de la incógnita que abre el testimonio de Sánchez Mora respecto a la vinculación del lírico alicantino al Partido Comunista, con el tiempo, la tesis más aceptada es que su mujer, Josefina Manresa, destruyó su carné de afiliación, cuando Ramón Pérez Álvarez, viejo amigo oriolano y compañero de celda, se lo entrega a ella en 1946 en presencia de Elvira Hernández, cuatro años después de su muerte. El dramaturgo y dibujante Buero Vallejo, cuyo retrato de Miguel en la estancia compartida en el penal de Conde de Toreno se ha convertido en icono del poeta por encima de todo documento gráfico, nunca llega a hablar con él de su mllitancia, pero le parece "evidente" que Miguel pertenecía al PCE. Compromiso que, a la hora de definirse tras el alzamiento, le hace apostar por el bando republicano, en gran  medida, tras conocer la muerte de García Lorca a manos de la inquina en los primeros días de la Guerra. Aquello le conmociona hondamente: "Desde la ruina de sus huesos me empuja el crimen con él cometido por los que no han sido ni serán pueblo jamás, y es su sangre el llamamiento más imperioso y emocionante que siento y que me arrastra hacia la guerra".

Seis años más tarde compartirá la misma desdicha que su gran valedor, pues fue Lorca quien le promociona tras la publicación de su primer libro Perito en lunas, en enero de 1933. Cuando El rayo que no cesa impulsa su carrera definitivamente, se instaura el régimen franquista. Intenta huir a Portugal desde Sevilla en la primavera de 1939. Atraviesa el rio Chanza con la maleta en la cabeza y llega a Vila Verde de Ficalho. Allí las autoridades lusas lo interceptan y devuelven al indocumentado a la jurisdicción española, a Rosal de la Frontera, su primera cárcel. Le sueltan y decide regresar a casa. Decisión fatídica, pues una vez en Orihuela lo apresan en el Seminario y lo trasladan a Madrid.

En marzo de 1940 lo condenan a muerte, aunque luego le conmutan la pena por 30 años de prisión. Nerudá intenta ayudarle pero el trasiego de calabozos le provoca una tuberculosis que apaga su voz. No así su palabra: "Cierra las puertas / Echa la aldaba, carcelero. / Ata duro a ese hombre: no le atarás el alma. / Son muchas llaves, muchos cerrojos, injusticias: no le atarás el alma".

No hay comentarios:

Publicar un comentario