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miércoles, 1 de octubre de 2014

Menosprecio del oro y elogio a la pobreza (Diario: Imperio, diario de la Falange de Zamora)

Publicamos a continuación el «Servicio de Prensa y Propaganda» de F.E. de las JONS, radiado, que desarrolla el tema del título «Con el único fin de servir la España y a su Tesoro Nacional». 

Oís a diario la voz de España, que por el micrófono y la prensa, os dice reiteradamente, con insistente llamada a vuestro patriotismo, que entreguéis el oro. Muchos son, en verdad, los que ya atendieron, con loable diligencia, este requerimiento y bastantes los pueblos en que se juramentaron sus humildes vecinos para ofrendar a España, todo, absolutamente todo el oro que guardaban. Pero este ejemplo contrasta con la actitud, egoísta o tibia, de los rezagados, que no cumplieron o que lo hicieron a medias. 

Queda mucha riqueza por purificar y es forzoso dirigir un nuevo llamamiento a toda la España liberada, instándola a entregar todo su oro al caudillo para consumar la redención de la Patria. 

El general Franco ordenó en los primeros días del movimiento, la entrega de todo nuestro oro, por estimarlo preciso para el éxito de la causa. Esta decisión es razón bastante para que nos apresuremos a cumplirla, ya que la virtud de la disciplina, la voluntaria dependencia a jerarquías reconocidas como indiscutibles, será elemento de coordinación indispensable a la prosperidad de la Patria en la España Nueva, que hará de la vida saludable milicia. 

Pero si el Dictador pidió para la Junta Nacional oro, fue por imperiosa necesidad. La Aviación y la Marina no pudieron servir a la causa nacional. Era indispensable ponernos en iguales condiciones de lucha que los traidores, conseguir semejantes medios de combate, que, aun siendo idénticos, la pericia de los mandos y el valor de nuestros soldados hacen muy superiores. 

De aquí que una moneda retenida o una joya escatimada, puede significar, en el momento decisivo del combate, una inferioridad en el ataque o en la defensa, que cueste la vida de muchos hermanos. Por eso quien niegue su oro a España, mientras otros le dan su sangre, no es español; y quien teniendo a sus deudos en la lucha, guarda su oro, piense que su avaricia o su encogimiento puede dejar indefenso a quien más quiere. Por eso, el destello del oro sobre tu cuerpo en el fondo de tus armarios, es testimonio vivo del más cobarde y tibio patriotismo; y por negárselo a España cuando lo reclamaba para liberarse de la barbarie rusa, pesará sobre tu estirpe como baldón de ignominia, porqué será despreciable y despreciado todo el que luzca o posea el oro que conservó a costa de un pecado de avaricia y un delito de traición. 

Y si razones de disciplina y necesidad no son bastantes para vencer vuestras vacilaciones, pensad en el deber de asistencia a que estamos obligados con nuestra Junta Nacional y su glorioso jefe; pensad en cómo han de sentirse confortados esos hombres cuando, al final de la jornada, pasaron decidiendo los más graves y vitales asuntos, de que se hicieron plenos responsables, por buenos patriotas, reciban la jubilosa noticia de que cada rincón de España pugna por responder, con mayor largueza al llamamiento de Burgos y por contribuir, con mayor entusiasmo a la obra regeneradora. 

Y además de por sencilla disciplina y por imperiosa necesidad, y por indeclinables deberes de asistencia, entregad vuestro oro para, en el ya cercano día del triunfo, sentir el legitimo orgullo de menospreciar a los españoles indignos que siguieron entregados al afán simplista y plebeyo de alhajarse, reos del crimen de lesa patria; para sentir el orgullo de haber contribuido a la victoria con todos los medios a vuestro alcance y de ser dignos compatriotas de los soldados y voluntarios que vuelvan curtidos por las fatigas y el peligro, y de los elegidos que cayeron cara al sol, dando su vida a la España justa e imperial de nuestro afán. 

Muchos sois los que teniendo ya la firme decisión de donar todo el oro de vuestras joyas y monedas, vais, por inexplicable pereza, aplazando de un día para otro, que nunca llega, la realidad de vuestra entrega. Esta negligencia es tan punible como la avaricia más premeditada; ¡Ha de cesar mañana mismo! Tomad en este instante la firme decisión de que así sea. No podemos demorar la entrega del oro que se nos pide para la defensa de España. El Ejército y las milicias nacionales no vacilaron ni un momento, pues en otro caso los rojos serían dueños de España y nada valdrían vuestras haciendas y vuestras vidas. Corresponded a su decisión con vuestra diligencia. 

Algunos; bien se que niegan a España parte de sus joyas, porque consideran intangible el oro legado de sus antepasados. ¡Que superficial prejuicio! De modo que estamos viviendo una guerra que dejará en la Grande Historia de España huella indeleble y ¡queréis que la pobre tradición de vuestras familias no tenga repercusión y que vuestros descendientes sigan casándose con las mismas monedas y llevando idénticas sortijas que los abuelos, como si nada hubiese pasado, cuando tantas estirpes se vieron truncadas por la muerte del unigénito o de todos sus retoños. 

Por otra parte esa afección a las joyas de los muertos no la inspira un vigoroso sentimiento sino una feble sensiblería. Tus mayores, que gozan ya de la eternidad con sus espíritus perdurables, sólo se sentirán honrados si cuanto fue suyo lo consagras a los conceptos inmortales de la Patria y la Religión. Y, pues, que en esta epopeya luchamos por Dios y por la Patria, contribuye a su triunfo, donando a España el oro que heredaste. 

Tampoco quedáis disculpados de vuestro sagrado deber los que os reserváis, o solo tenéis, una sencilla joyita y que, mostrándola, decís lastimosamente: «esto y nada»... Pues eso y nada, no es lo mismo. Eso ya es algo y junto a muchos pocos, harán bastante, más aún cuando las joyas sencillas son lo corriente. Donad, pues, vuestras causas, por mínimas que sean y con mayor esfuerzo tendréis la mayor honra. El sacrificio ha de ser sin reservas. Así lo exigen la libertad y la grandeza de España y mientras conservéis un gramo de oro estáis en deuda con la Patria. 

Y no esperéis para hacerlo a que se consumen acontecimientos esperados. Desechad la esperanza de que acaso el saqueo de Madrid no sea tan grande y haga innecesario vuestro donativo. Madrid quedará exhausto y no sólo en sus Bancos -¡pobres museos y bibliotecas de inestimables tesoros!- No hay espera. Cuanto antes cumpláis vuestro deber tendréis la satisfacción de haber forjado más victorias y evitaréis el deshonor de que vuestra donación figure entre las postreras. 

Y vosotras, novias, mujeres y madres; vosotras que todo lo podéis en vuestros novios, en vuestros maridos y en vuestros hijos, y que de todos los sacrificios sois capaces pensando en ellos, donad el oro de vuestras joyas aun cuando sea el tan preciado de vuestros amorosos recuerdos, pulseras y alianzas. Pensad que esas riquezas no harán mayor vuestra dicha. 

Tal vez las conservéis porque no os haya alcanzado el soplo trágico de la revolución en vuestros familiares o en vuestros amigos, que entonces detestaríais esas galas, por inútiles, en la hora dramática, cuando sólo servirán para que luzcan sobre la mugre de una zafia miliciana. 

Conservando vuestras joyas tal vez no evitáis que lleguen a muchos hermanos la humillación, el ultraje, la viudez, la orfandad o la muerte. Entregadlas y vuestros hijos sentirán el orgullo de una España justa y libre. 

Cuando se está escribiendo la página más sangrienta y costosa de la Historia de España, es forzoso, como ha dicho la Falange, que cada español cumpla sus deberes con rigor, sin tibieza, porque cada ciudadano tendrá una hoja de servicios en la que se calibrarán méritos y contrastarán actitudes, y el oro que conservéis en los escondrijos de vuestra casa es fruto maldito y estéril de falso patriotismo y vuestros hijos, crecidos en la Nueva Era y plenos de virtud, rechazarán avergonzados unos bienes que la Patria reclamó y que le fueron negados por unos españoles indignos de la austera tierra castellana. 

El mundo entero tiene su atención pendiente de nuestros actos. Tenemos la ocasión, que la providencia ofrece a los pueblos muy de tarde en tarde, de conseguir para España el dictado de nación ejemplar y que del mismo modo que los países, más que amigos, ya hermanos, que nos estimularon con emoción en el doloroso nacimiento de nuestro glorioso amanecer, y aun los que le asistieron a nuestro resurgir indiferentes o recelosos, del mismo modo que estos pueblos reconocen absortos el arrojo de titanes que alienta en los conquistadores de Badajoz y San Marcial, de Irún, del Alto del León y del Naranco, y el heroísmo sobrehumano de los defensores laureados del Alcázar y de Oviedo, envidien la generosidad de unos hombres que supieron entregar a la Patria todas sus riquezas, todas sus alhajas, todos los recuerdos, todo el oro que guardaban, para que cuando en los caminos de la tierra se vea a un ciudadano enjoyado pueda afirmarse, sin temor a error, que no es español, porque durante muchos años se distinguirá a nuestros compatriotas de corazón por la dignidad severa de sus costumbres y su porte, parejo al de aquellos hidalgos del cortejo fúnebre del conde de Orgaz, que siendo España la nación más grande del mundo, vestían obscuros ropones, sin que sus nobles afanes se vieran enturbiados por el brillo inútil de las joyas. 

Y si alguna vacilación sentís todavía al desprenderos de vuestro oro, no olvidéis, que con reternerlo, no os procuráis un mayor bienestar, ni una mejor salud, ni aumenta vuestra cultura, ni mucho menos vuestra reputación y no haréis más que incumplir el más sagrado deber del presente y continuar sumidos en la relajación, causa de tantos males de nuestros días; sin que vuestras obras denoten un afán de perfección, que os guiará en todo momento si recordáis que el lujo y la comodidad no hicieron grandes a los pueblos ni a las instituciones. 

La Iglesia alcanzó el mayor grado de virtud y perfección cuando sus monjes vivían de la limosna y olvidados de su mísero cuerpo se consumían en ascéticas ansias espirituales: Ningún creyente se vio nimbado por la santidad, cubierto de alhajas, custodiando propios tesoros o pendiendo de su cuello valiosas medallas. Los bienaventurados que llegaron a los altares pisaron la rota sandalia torturados por los guijarros de todos los caminos y protegieron su pecho por tosca cruz de madera. Como cristianos, pues, seguid el ejemplo de los santos, oid la voz del Evangelio y apartaos de vuestro oro .

Y España lanzó la semilla de su Imperio con la empresa soberbia de Colón, de tal magnitud para la penuria de un Estado empobrecido por ocho siglos de reconquista, que la Reina Católica hubo de desprenderse con sagrado orgullo, de la arqueta de sus joyas, las que recibiera de sus reales ascendientes, las que le donara su esposo Fernando, labradas por la fantasía de sus orfebres levantinos. 

Y España quiso, en nuestros días libertarse y engrandecerse y se lanzó a la Guerra Santa de nueva Reconquista para descubrir la vena milenaria y heróica en los corazones españoles. El triunfo es cierto, pero también la empresa es magna y exige grandes sacrificios. Todos los españoles hemos de seguir el ejemplo de la Reina castellana y cada mujer debe donar todo el oro de sus estuches para la causa de España, con la emoción de igualarse, en virtudes, a Isabel de Castilla. 

Que los camaradas falangistas sean los más celosos cruzados en esta empresa de retaguardia y, tras desprenderse hasta del último alfiler de oro, exijan a sus familiares la entrega de sus joyas y repudien altivos, todo trato con los malos españoles que aún guardan su oro con avaricia o lo exhiben con la execrable vanidad de lo superfluo, anquilosando sus dedos con sortijas y vendiendo así a su Dios y a su Patria, olvidando, tal vez que en la España Nueva -que es la Eterna- no tendrá asiento ni sosiego la estirpe de Judas. 

Entregad, pues, vuestro oro, por rigurosa disciplina, por apremiante necesidad, por ineludible deber de asistencia y cooperación, para que nada más un orgullo os aliente: el noble orgullo de saber trabajar y de brindarlo todo, con sencillez y austeridad por él progreso de la Patria; el alto orgullo de que vuestras personas sean símbolo de la santa pobreza que aceptamos en acto de fe y de amor patrio. 

Sacudid vuestra pereza, huid de convencionalismos vanales, pensad en la tragedia bárbara de las familias destrozadas sin que las salvaran sus riquezas, suplantad sensiblerías, estériles por prolíficos y recios sentimientos, seguid el ejemplo de nuestra reina Isabel, de los santos, de los sabios, de los héroes, y entregad todo el oro de vuestras monedas y joyas, para que cada pueblo Sea un dorado manantial y afluyendo todos a Burgos, formen el primer río que, corriendo con gozoso dolor por el campo de España, que hizo escarlata la sangre de tanto mártir y tantos héroes, rediviva el mito secular de nuestra enseña: ¡Sangre y Oro de España! ¡Bien te habremos ganado entonces, Santa Bandera! Y a ti, Bandera Imperial de la Falange, con tu negra franja, símbolo de nuestro severo ascetismo. 

Y al veros ondear altivas, como airón glorioso de España Una, Grande y Libre, vuestros colores nos hablarán de la sangre de nuestros hermanos, de las virtudes austeras de la Falange, de las joyas y el oro de nuestros abuelos, que dimos a España cuando lo precisó, para ganar tranquilidad de conciencia, la bendición de los muertos, la admiración de nuestros hijos y la gratitud de la Patria y de Dios, que nos dio la guerra para hacernos pobres, duros, enérgicos, exactos e imperiales y darnos un sentido transcendental de la vida. 

¡Arriba España!

Imperio : Diario de Zamora de Falange Española de las J.O.N.S. Año I Número 10 - 1936 Noviembre 09

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