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jueves, 21 de febrero de 2013

R. Fernández Cuesta (1897-1992)


Fundador de Falange junto a Primo de Rivera, la Guerra le sorprende en Madrid, donde es detenido durante 18 meses. A su regreso a la zona nacional, Franco le nombra secretario general de FET y de las JONS

"Que vuestra nobleza sea la obediencia! ¡Que vuestros mismos mandatos sean obediencia! Debéis hacer que os manden siempre todo lo que os place". Estas frases de Friedrich Nietzsche han sido inspiradoras para muchas formaciones políticas, pero se hacen máxima fundamental en un partido como Falange Española, basado en los principios de la autoridad, la fuerza y el mando. No resulta fácil para un grupo político así funcionar, ni mucho menos dirigir a otros, sin un líder claro. Cuando José Antonio Primo de Rivera es encarcelado en marzo de 1936 y ejecutado en noviembre de ese mismo año, el partido por él fundado pierde lo más importante de todo movimiento autoritario que se precie: el jefe. Muchos serán los que aspiren a ocupar el espacio dejado por Primo de Rivera, pero es el político madrileño Raimundo Fernández Cuesta quien logra, a finales de noviembre de 1937, el beneplácito de Franco para capitanear uno de los pilares del Movimiento Nacional.

Raimundo Fernández Cuesta nace en Madrid en 1897, y sus primeros pasos no van encaminados hacia la política, sino hacia el Derecho. Cursa la carrera en la Universidad Central y posteriormente gana las oposiciones a notario y al cuerpo jurídico de la Armada. Conoce a José Antonio Primo de Rivera, de quien se hace amigo y con el que funda, en 1933, Falange Española. Un año después, tras la fusión con las JONS en marzo de 1934, Fernández Cuesta pasa a formar parte de la Junta de Mando y, en noviembre, de la Junta Política. Y siguiendo con su meteórica carrera, poco después es designado secretario general.

En febrero de 1936 se presenta como candidato a Cortes por las circunscripciones de Madrid y Jaén, con resultados negativos. Un mes después, Falange es ilegalizada y Fernández Cuesta es detenido en Madrid por orden de las autoridades republicanas. En esta situación le sorprende el estallido de la Guerra Civil. También en la cárcel le llega la noticia de la unificación de las fuerzas políticas de la zona nacional, en abril de 1937, lo que no le produce mucha ilusión. El escritor y periodista Julián Cortés, que se encuentra en prisión con Fernández Cuesta cuando se conoce la integración, asegura que éste "estaba indignado, furioso, porque se había llegado a la unificación. Decía que era intolerable; que no estaba concertada". En octubre de 1937, es canjeado por el político republicano Justino de Azcárate y pasa a la zona nacional tras haber permanecido 18 meses en prisión.

Una vez en zona nacional, su presencia levanta un runrún incómodo en algunos sectores. Fernández Cuesta es uno de los escasos militantes originarios de Falange supervivientes, a lo que se une su condición de amigo íntimo y albacea testamentario de Primo de Rivera. Tiene, por tanto, cierta ascendencia sobre los falangistas, y se ha mostrado contrario a la unificación.

Si se oponía a la Falange Española Tradicionalista y de las JONS creada por Franco, podía ser una fuente de disensión interna en la zona franquista. Sin embargo, nada de esto sucede: Cuesta se entrevista con el Generalísimo y, aunque no confía demasiado en él, tampoco le causa ningún problema. Los falangistas puros, liderados por Manuel Hedilla y Dionisio Ridruejo, que tampoco están de acuerdo con la unificación, le ven al principio como un enviado del destino, pero pronto quedan desencantados y le descartan como alternativa al cuñado de Franco, Serrano Suñer, para la dirección del nuevo partido único.

El juicio que hace de él Dionisio Ridruejo es más que despectivo: "Era un hombre con capacidad política normal para una misión pública de segundo rango". En cuanto a Serrano Suñer, Fernández Cuesta advierte su hostilidad desde el mismo momento de su vuelta. De todos modos, el concepto que Suñer tiene de él tampoco es muy bueno; más bien lo considera un hombre limitado y sin posibilidades de constituir una amenaza seria.

Sin embargo, Javier Tusell habla de la importancia que puede llegar a tener en las facciones monárquicas. Según Tusell, Fernández Cuesta es un monárquico convencido, a pesar de sus discursos revolucionarios. Esto inspira confianza en los alfonsinos, que a través del ABC de Sevilla le dedican amplias informaciones. En la capital andaluza, interviene en un mitin junto con el general Queipo de Llano y Ridruejo, al término del cual anuncia una posible situación en la que se reclamase "una determinada forma de representación simbólica" y a la que, según él, Falange no tendría nada que objetar. Al día siguiente, entre el alborozo de los monárquicos, ABC le dedica un editorial titulado He aquí un hombre. Pero la simpatía del sector monárquico no le sirve de mucho, a no ser para perder puntos ante los falangistas.

Viendo que Fernández Cuesta no es un hombre conflictivo, Franco le confía la Secretaría General de Falange Española Tradicionalista y de las JONS, y le otorga la condición de secretario del Consejo Nacional. Su ascensión desde que vuelve a la zona sublevada es rápida, a pesar de no contar con el aprecio de Serrano Suñer. No obstante, Suñer no pone ninguna traba a los nombramientos de Cuesta; al fin y al cabo, su relación familiar con Franco y el poder que ya acumula en el nuevo partido le colocaban en una posición desde la que poco tiene que temer. De hecho, cuenta Julio Gil Pecharromán que Franco le había ofrecido el puesto a Suñer, ya que veía en él al líder perfecto de la Falange franquista, pero éste lo rechaza debido a su temor a no ser aceptado por la vieja guardia y a la poca enjundia del puesto, insuficiente para sus ambiciones.

Fernández Cuesta, por tanto, se convierte en el hombre ideal de Franco y Serrano Suñer. Por un lado, es respetado por ser fundador de Falange y amigo de Primo de Rivera; por otro, su encarcelamiento y la ausencia de una facción concreta que le apoyara han reducido su poder; en tercer lugar, está dispuesto a colaborar en la normalización del nuevo partido, a pesar de sus reservas iniciales.

Así, el 2 de diciembre de 1937, tras la jura del Consejo Nacional de Falange en el Monasterio de las Huelgas de Burgos, Fernández Cuesta ejerce por primera vez como secretario general. Y no defrauda la confianza que Franco había puesto en él. En la primera reunión se opone a la propuesta del monárquico Eugenio Vegas de elegir a seis consejeros miembros de la Junta Política del Estado (los otros seis eran nombrados por Franco), dejando así en manos del Generalísimo la designación de todos los miembros.

Su capacidad para conservar la fidelidad hacia Falange y, al mismo tiempo, colaborar con la estructura de poder creada por Franco le abre también las puertas del primer Gobierno franquista, formado en enero de 1938. Mientras Hedilla está confinado, Fernández Cuesta representa a Falange en el Gabinete con su cargo de ministro de Agricultura, que desempeña hasta 1939. Su ascensión política, de todas maneras, no parece complacerle demasiado. El propio Fernández Cuesta confesará que el nombramiento le sorprendió debido a que no era experto en agricultura. "Pensé que a lo mejor se me eligió con la idea de realizar en el campo la reforma agraria que queríamos los falangistas", recuerda, "pero, dada la situación de la Guerra, eso era totalmente imposible". Incluso, según Tusell, llega a pensar que su nombramiento como ministro ha sido una maniobra de Serrano Suñer para hacerle fracasar.

Así, su tarea en el Ministerio no es demasiado brillante. En primer lugar, su desconocimiento en el ámbito de la agricultura le lleva a delegar casi todas sus funciones en colaboradores técnicos, dirigidos por Dionisio Martín, que lleva a cabo una contrarreforma agraria bastante distinta de los planes falangistas. Su peso en el Gobierno, además, es escaso, y las tareas burocráticas de la Secretaría General de FET y de las JONS consumen buena parte de su tiempo y esfuerzos, por lo que acaba relegado a lo que Julio Gil describe como un papel casi simbólico en el Consejo de Ministros.

Por otra parte, sus relaciones con otros compañeros de Gabinete, especialmente con los carlistas, no son precisamente buenas. El conde de Rodezno le califica de "frío y anodino, muy parcial y hostil al tradicionalismo", aparte de poco competente. Fernández Cuesta, al igual que el también falangista Pedro González Bueno, defiende fórmulas fascistas en la línea del Gobierno y se opone a las concesiones a la Iglesia de los carlistas, como la supresión del divorcio, la restauración del crucifijo en los tribunales y el restablecimiento de los jesuítas. En ninguna de estas disputas obtiene el apoyo de Franco.

Sin duda, su labor más importante en el Gobierno corresponde a la elaboración de los principios sociales del nuevo Estado. Como secretario general del partido que representaba la tendencia más social de los sublevados, Fernández Cuesta es uno de los protagonistas de la promoción y redacción de una legislación social basada principalmente en el Fuero del Trabajo, aprobado en marzo de 1938, y en la definición del papel de los sindicatos.

En principio, Cuesta redacta junto con sus colaboradores Joaquín Garrigues, Rodrigo Uría, Javier Conde, y Dionisio Ridruejo un proyecto calificado por el propio Ridruejo de "audaz y socializante", con control sindical de la economía y amplio intervencionismo estatal. Cuando lo presenta ante el Consejo Nacional y el de Ministros es rechazado por revolucionario, y Fernández Cuesta tiene que encerrarse en un castillo burgalés con González Bueno y el ministro de Industria, Juan Antonio Suances, para redactar un texto mucho más general y descafeinado, con tintes clericales, que es el que se acaba aprobando.

En el ámbito sindical, Fernández Cuesta es partidario de la independencia del Estado: los sindicatos debían ser un instrumento para la realización de la política económica, tutelados y sometidos por el partido, pero no órganos del Estado. Pese a ello, al final triunfa la postura contraria, es decir, la absorción estatal de las llamadas centrales nacionalsindicalistas.

Estos fracasos, sin embargo, no afectan a su lealtad a Franco, al menos si nos basamos en sus declaraciones públicas. En octubre de 1938 proclama en un mitin que "la unidad española se consigue en la sumisión de todos sus hombres y todas sus partes a una sola disciplina, a una sola obediencia, a un solo jefe". Desde luego, nunca parece dispuesto a convertirse en un contrapoder. Incluso durante el debate de los estatutos de Falange en la Junta Política, después de que Franco denuncie deslealtades e impugne el borrador redactado por Ridruejo, algunos miembros del partido albergan la esperanza de que su secretario general reaccione. Pero su actividad política en Agricultura y el poder de Serrano Suñer impiden que capitanee una rebelión a las injerencias de Franco.

Por otra parte, su prestigio -grande entre los viejos falangistas- es escaso entre las nuevas generaciones, mayoritarias tras el inicio de la Guerra, que le consideran un político de segunda fila. Aunque logra rodearse de unos colaboradores brillantes (Pedro Laín Entralgo, Antonio Tovar, Uría, Garrigues y Conde), éstos están más cerca de Serrano que de él mismo. Cuando los falangistas Agustín Aznar y Fernando González Vélez caen en desgracia y son arrestados por conspiración, Fernández Cuesta los defiende vagamente y no intercede ante Franco -a pesar de que eran falangistas de prestigio y amigos suyos- por temor a ser acusado de deslealtad al general. Tusell afirma que Cuesta es dirigente de un "instrumento en manos de Serrano y de Franco para eliminar los posibles reductos de resistencia a la hegemonía de éste".

Los últimos compases de la Guerra Civil no tienen buen sonido para Fernández Cuesta. En marzo de 1939 es enviado a Roma para asistir a la coronación del Papa Pío XII, en lo que el propio Fernández Cuesta interpreta como una maniobra de Serrano Suñer para alejarle de España en los momentos finales de la contienda. En agosto de 1939 es destituido como ministro de Agricultura y además es sustituido en la Secretaría General de la Falange por el general Agustín Muñoz Grandes.

Desde entonces, desempeña diversos cargos en la Administración del nuevo Estado y en 1940 es enviado como embajador al Brasil de Getulio Vargas, donde permanece dos años, y en 1943 pasa a ejercer el mismo cargo en Italia. Dos años después, vuelve a España para ser designado presidente del Consejo de Estado en enero de 1945. En julio de este mismo año se integra de nuevo en el Gobierno, esta vez como ministro de Justicia y en 1951 es nombrado, además, secretario general del Movimiento. Fundador de Falange en los duros años de la República y poseedor de un cargo vacío de poder durante la Guerra, Fernández Cuesta vuelve a ocupar ahora un puesto en la dirección del sancta sanctorum político del Régimen.

En 1956 abandona el Gobierno y pasa a dedicarse a la actividad empresarial y la abogacía. Aunque no por esto deja de tener presencia en la vida política. Aparte de su puesto en las Cortes y en el Consejo General del Movimiento, es miembro de las comisiones permanentes de Leyes Fundamentales y de Reglamento, y presidente de la Comisión de Justicia.

En 1974 funda el Frente Nacional Español que, en 1976, tras la muerte de Franco, se transforma en Falange Española de las JONS. A pesar de que desde su puesto de procurador se muestra contrario a la legalización de los partidos políticos, se pone al frente del suyo propio, con el que se presenta a las elecciones generales en varias ocasiones, aunque con escaso éxito. Finalmente, abandona el cargo en febrero de 1983. Fallece en Madrid el 9 de julio de 1992.

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