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viernes, 28 de diciembre de 2012

Queipo de Llano (1875-1951)

General vallisoletano convertido durante la Guerra en 'virrey' del Sur desde su cuartel general de Sevilla, es privado por Serrano Suñer de las charlas radiofónicas diarias que le han hecho popular en ambas zonas

"Hoy las charlas no tienen razón de ser. Se ha constituido un Gobierno y a él corresponde todo lo que pueda haber sobre política nacional e internacional. A los militares nos está prohibido hablar sobre cuestiones políticas de ningún género cuando hay un Gobierno constituido". Socarrón y cínico, como en él era costumbre, con esta declaración de principios se despide Gonzalo Queipo de Llano de todos sus oyentes después de más de un año y medio de charlas radiofónicas prácticamente ininterrumpidas desde los micrófonos de Unión Radio en Sevilla, una de las más célebres hazañas propagandísticas del bando nacional durante la Guerra.

Las charlas del general sublevado enmudecen el 2 de febrero de 1938, miércoles, el mismo día que se celebra el primer Consejo de Ministros del Gobierno que, presidido por Franco, ha sustituido en sus funciones a la Junta Técnica del Estado. De su cuñado, Ramón Serrano Suñer, al frente del Ministerio del Interior, es de quien parte en última instancia la orden de poner fin a unas alocuciones que, según algunos autores, "no se corresponden con la imagen que del nuevo régimen se pretende dar a las potencias extranjeras para un eventual reconocimiento por parte de éstas". La hostilidad entre Franco y "el último virrey", como le califica Manuel Barrios en su biografía sobre Queipo, será el eje sobre el que gravite el futuro inmediato del general, quien padecerá, como muchos republicanos andaluces antes padecieron la suya, las iras del Caudillo. Si hasta entonces había sido Queipo de Llano quien ejercía el rol de justiciero, ahora será él quien se vea ajusticiado. Y es que la vida de este vallisoletano de nacimiento y sevillano de adopción está jalonada de contradicciones que no hacen sino ir forjando en él un carácter "en lucha permanente entre lo que debe hacer y lo que realmente siente o piensa", asegura Ana Quevedo, su nieta, en el libro Queipo de Llano: gloria e infortunio de un general.

Así, el pequeño Gonzalo Queipo de Llano y Sierra, nacido un 5 de febrero de 1875 en Tordesillas, tiene que lidiar desde un primer momento entre los juegos de la infancia y la escasez que atenaza a su numerosa familia (eran cinco hermanos y un único sueldo, el de juez de su padre). Pese a su inclinación por el Ejército, sobre todo la rama de Caballería, la falta de recursos de la familia le conducen de cabeza, y pese a sus protestas, a un porvenir radicalmente opuesto: el retiro monacal. Internado en un seminario, Queipo de Llano no se resigna a dedicar el resto de sus días a la contemplación y la oración y, como en las mejores huidas novelescas, salta la tapia de la huerta del monasterio donde ha sido confinado, y, fraile a la fuga, pone pies en polvorosa en busca de su verdadera vocación.

Conduce sus pasos hacia Ferrol, donde reside una tía suya que cree puede ayudarle. Con su complicidad (y finalmente la de sus padres), Queipo de Llano comienza a buscarse la vida siempre con el objetivo fijo en ese anhelado regimiento de Caballería. A los 15 años consigue ingresar en el cuerpo militar en calidad de voluntario de corneta (cronistas de la época auguran al joven aprendiz un futuro alejado del virtuosismo musical dada su desastrosa habilidad con el instrumento) y en abril de 1893 es promovido como artillero segundo. Para entonces, su padre ya empieza a mover algunos hilos de su esfera de influencia política y, finalmente, cinco meses después y con 18 años, entra en la Academia de Caballería de Valladolid, de donde saldrá en 1896 con el grado de segundo teniente.

Mientras Queipo de Llano se forma como militar, el imperio español libra una de las últimas batallas por el control de sus colonias de ultramar. Como refuerzos para esta guerra, en mayo de 1896 arriban a la isla de Cuba muchos españoles salidos del puerto de Cádiz, entre ellos el joven teniente Queipo. Su pensamiento en estos momentos es unívoco: "Hay raza", se repite a sí mismo. La frase no es suya, sino de su madre, Mercedes de la Sierra, quien le ha inculcado desde la cuna conceptos como el honor, el orgullo, e incluso la entrega de la vida por la patria.

Durante sus años de batalla en Cuba, Queipo de Llano será galardonado en múltiples ocasiones por sus acciones de guerra. Su regreso a la Península, en noviembre de 1898, viene precedido por su fama de "intrépido, arrojado y audaz", como repite su nieta. Sin embargo, y antes de embarcarse en una nueva empresa bélica, esta vez en el norte de África, Gonzalo Queipo de Llano da rienda suelta a otra pasión, la amorosa, y en lo que será definido como amor a primera vista, cae prendado de Genoveva Martí y Tovar, hija del presidente de la Audiencia de Valladolid. Contraerán matrimonio en 1901, y tendrán cinco hijos, cuatro niñas y un varón.

Con respecto a su períplo por tierras marroquíes, éste tendrá un breve prólogo de dos meses en 1909 y un intenso desarrollo a partir de 1912. Desde su llegada a tierras africanas, se le van acumulando los éxitos militares. Dos fechas destacan sobre todas en el historial militar de Queipo de Llano relacionadas con la Guerra del Rif: en abril de 1914 logra ser ascendido a teniente coronel; ocho años después, con 47 años, es nombrado general de brigada.

Un año más tarde se establece en España la dictadura de Miguel Primo de Rivera, régimen hacia el que Queipo de Llano manifiesta su simpatía, en palabras del historiador Manuel Rubio Cabeza. Sin embargo, Ana Quevedo sostiene que la idea de un directorio militar agradaba bien poco a su abuelo. "Poquita política para los militares", decía. La realidad parece coincidir con la opinión de su nieta, pues en marzo de 1928 Queipo de Llano es pasado a la reserva, pero manteniendo su empleo de general de brigada, debido a su actitud contraria al dictador. Llega incluso a las manos con su hijo cuando en 1930, y tras la publicación del libro de memorias Queipo de Llano perseguido por la Dictadura, José Antonio Primo de Rivera, ante las constantes críticas y reproches hacía la figura de su padre, propina al general varios sonoros bofetones.

No será éste el único escándalo en el que se vea implicado Queipo de Llano en 1930. Aunque monárquico convencido según su nieta, a finales de año, y como recoge Rubio Cabeza, "encabeza una minisublevación contra la Monarquía. Junto con el aviador Ramón Franco Bahamonde y un reducido grupo de oficiales y paisanos, asalta el aeródromo de Cuatro Vientos, en Madrid, y con la estación de radio bajo control asegura que la República ha sido proclamada en toda España". Como reconocerá tras la muerte del monarca Alfonso XIII, "vivo no era lo que precisaba España".

Este amago golpísta le conduce al exilio. Francia es su nuevo punto de destino, aunque no permanecerá mucho tiempo allí, puesto que el 14 de abril de 1931 se proclama la Segunda República española y es reclamado para ocupar la Capitanía General de Madrid. Ascendido a general de División y nombrado jefe del Cuarto militar del presidente de la República, tampoco encuentra acomodo en el nuevo régimen. "Ni Monarquía ni República. Sólo Patria", suele repetir. Su desencanto con este nuevo sistema de Gobierno aumenta varios grados cuando en 1933 es depuesto de su cargo por orden de su consuegro, Niceto Alcalá-Zamora, y le encomienda la Inspección General de Carabineros. Esta degradación marca el inicio de la segunda intentona golpista de Queipo de Llano, aunque en esta ocasión él se deja mandar. Quien dirige toda la trama rebelde se encuentra en Pamplona y también tiene sus rencores guardados hacia el régimen republicano. Es Emilio Mola.

En los primeros planes de la sublevación, Queipo queda encargado de movilizar la 7ª División, sita en Valladolid. Pero el general Andrés Saliquet intercede y mueve a Queipo hasta la plaza de Sevilla, que contra todo pronóstico se convierte en una de las primeras ciudades en caer del lado nacional. Se impone al jefe de la 2ª División, el general Villa-Abrile, y pese a las pocas fuerzas hábiles en la ciudad, logra la rendición del gobernador y la adhesión del Regimiento de Artillería 3º Ligero. La resistencia obrera de barrios como Triana o La Macarena es pronto aplacada con detenciones y fusilamientos masivos.

Con su familia protegida en Málaga, y con Sevilla bajo control, Queipo da comienzo a "su virreinato", como lo denomina Gabriel Jackson: "El general Queipo se creó una especie de principado semi independiente para sí mismo, a la manera del Cid. Asegura las exportaciones de jerez, aceitunas y frutos cítricos; establece relaciones comerciales con Lisboa y con la marca Fiat; reparte licencias de importación entre sus partidarios más leales" e incluso construye viviendas sociales en tierras de antiguos terratenientes republicanos. No obstante, no todo son complacencias y buenaventuras en la Andalucía de Queipo de Llano. "Metódicamente, noche tras noche, todas las personas que se habían relacionado con los republicanos o las izquierdas son buscadas y detenidas. La cárcel está atiborrada. Las ejecuciones tienen lugar en los alrededores de la ciudad, para que todo el mundo escuche las descargas", afirma el historiador inglés.

Sin embargo, la figura de Franco se interpondrá en el camino de Queipo. Como relata Ana Quevedo, "el abuelo nunca se había preocupado de ocultar sus sentimientos u opinión sobre Franco, ni como jefe militar ni como ser humano; si en África le reputó de frío, insensible y cruel, no se contuvo después en calificarlo como egoísta y mezquino. Hizo alusiones más o menos indiscretas a las irregularidades que rodearon su elección como Generalísimo, e incluso acuñó desde antiguo para él el apodo de Paca la Culona. Cada una de sus palabras llegaron a oídos de Franco y éste, admitiendo tenerle 'miedo físico', aguardaba una oportunidad para librarse de él". Además de sus opiniones sobre el nuevo líder del país, su independencia de actuación y disposición, tanto en el orden civil como el judicial, económico o administrativo -autonombrándose jefe del Ejército del Sur- le convierten en un personaje incómodo para las aspiraciones del Caudillo.

La enemistad entre los dos militares ya se hace notoria en sus años de correrías en África, cuando Queipo tacha de cobarde en público a Franco por abandonar su misión de cubrir a las tropas españolas que se retiraban en Tánger -"no esperaba este comportamiento de usted", le dice Queipo a Franco-, y queda claramente puesta de manifiesto cuando, durante la reunión de la Junta que pretende elegir a Franco como jefe del Estado español, Queipo de Llano responde contundente a Miguel Cabanellas, presidente de la misma y opuesto también al nombramiento: "Lo único que quiero es la salvación de España, me da igual quién lo consiga. Que se salve España aunque la salve el diablo". La Junta aprueba el nombramiento de Franco, que no tarda en relegar a Cabanellas. No será hasta la formación de su primer Gobierno cuando el Caudillo se decida a castigar a Queipo terminando con sus alocuciones radiofónicas.

El vallisoletano aguarda la oportunidad de devolver el golpe a Franco, y ésta llega en julio de 1939, durante la celebración del tercer aniversario del alzamiento. Queipo manifiesta públicamente su disgusto porque, en la nueva configuración del Estado que Franco está levantando, ni él ni la capital hispalense han sido reconocidos como él cree que debieran, pese a que «Sevilla es la clave de la salvación de España», y advierte de que «Andalucía está despertando y se resiste a ser despojada de la gloria de haber sido la llave de la victoria», reclamando para sí y para su ciudad la Laureada de San Femando.

Franco no tarda en responder a este desquite, y le conmina para una reunión en Madrid 24 horas más tarde. Allí, Queipo recibe órdenes para su nueva misión: cesar su actividad en la Capitanía General de Sevilla y abandonar territorio español, rumbo a Italia, al frente de una misión militar; en verdad, una excusa de Franco para alejar a Queipo tanto de Madrid como de la política interior española. Por orden expresa del Caudillo se le impide regresar a Sevilla y parte hacia Roma con su hija Maruja y sus ayudantes César López Guerrero y Juliano Quevedo. Arriban el 21 de julio y se instalan en el hotel Excelsior, su hogar durante los siguientes tres años.

De vuelta a la Península, permanece alejado del servicio activo. En 1944 recibe la Laureada de San Fernando que había exigido antes de su destierro. Le será impuesta por Franco en persona, dando lugar a una de las estampas más cómicas de la dictadura franquista, con el jefe del Estado puesto de puntillas y Queipo de Llano encorvado para que su solapa quede a la altura de las manos del dictador. En 1950, el Caudillo le concederá el título de marqués de Queipo de Llano.

Sólo un año después, a las cuatro de la tarde del 9 de marzo de 1951, Gonzalo Queipo de Llano fallece en su cortijo sevillano de Gambogaz. Entre sus últimas voluntades está la de ser enterrado en la Iglesia de la Macarena, templo que él mismo ayudó a levantar. El fajín que los cofrades regalaron al general por tan cristiana acción, sigue saliendo en procesión todos los Viernes Santo como parte del atuendo de la imagen religiosa. Las crónicas periodísticas del 10 de marzo darán cuenta de la muerte del general, así como de un fuerte terremoto que sacude Andalucía a las pocas horas de su fallecimiento. Para sus seguidores, será la prueba de que hasta la tierra llora la pérdida de tan honrado hombre. Para sus detractores, será la venganza de todos aquellos que murieron en la toma de Sevilla la roja y que ahora pasan factura en el infierno al general Queipo de Llano.

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