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sábado, 17 de noviembre de 2012

Enrique Jurado (1892-1965)

Militar destinado en Ceuta, se mantiene fiel al Gobierno del Frente Popular cuando se produce la sublevación nacional, desarrollando una labor crucial en la formación del Ejército republicano y en el Frente de Madrid

Es común, al hablar de los oficiales que participaron en el bando republicano, referirse a aquellos que, bien surgidos de las milicias y de los partidos políticos, o bien llegados de diferentes partes del mundo para luchar en las denominadas Brigadas Internacionales, destacan durante la Guerra Civil principalmente por su valor y heroísmo. Nombres como Líster, Modesto o Lukács resuenan en la iconografía y memoria de muchos republicanos. Sin embargo, en este bando tampoco faltan personajes caracterizados por su profesionalidad y su lealtad al Gobierno de la República. Al general Enrique Jurado se le puede considerar uno de estos hombres que, precisamente por ser militar de carrera, sufre la desconfianza de unos dirigentes con criterios altamente politizados.

Enrique Jurado Barrio nace en 1892. Su carrera militar antes de la Guerra Civil no es demasiado fulgurante y, de hecho, el historiador británico Hugh Thomas cuenta que antes de su intervención en la misma es considerado un oficial ya maduro al que se le había pasado su hora. En 1936 es comandante de Artillería y, cuando se produce la sublevación del bando nacional, forma parte de la Agrupación de Ceuta.

Sin embargo, las circunstancias en las que se produce el alzamiento militar del 18 de julio -se encuentra en la Península disfrutando de un periodo vacacional- hacen que se ponga a disposición del Gobierno de la República, decisión que al parecer no duda en ningún momento.

Durante los primeros momentos del conflicto, Enrique Jurado emplea su experiencia y conocimientos técnicos en la organización del Ejército republicano.

Pero no son los despachos y la retaguardia el ambiente natural del comandante -más deseoso de vivir la Guerra en puestos de combate- por lo que en cuanto le es posible, marcha hacia el frente para dirigir a las tropas gubernamentales que defienden Madrid.

Sus primeras acciones militares al mando de estas tropas, en agosto del 36, tienen como escenario la sierra Norte madrileña, donde forma parte del plantel de generales, jefes y oficiales de la República que consigue detener, en los pasos de Somosierra y Guadarrama, el avance de las columnas de Mola hacia la capital de España.

Según relata Gabriel Jackson, se encarga de desarrollar tareas de instrucción y enseñar a las milicias técnicas básicas, como el manejo de fusiles, la construcción de trincheras y maniobras de repliegue, empleando sus conocimientos para mantener la confianza e impedir el pánico de los soldados en momentos de peligro.

Ya con el grado de coronel, asume el mando del 4º Cuerpo del Ejército, formado por los hombres más competentes del Ejército Popular. Con este cuerpo interviene en la Batalla de Guadalajara -marzo de 1937- donde tiene un papel destacado tanto en la planificación de los combates como, sobre todo, en el desarrollo de las campañas. En julio de ese mismo año, y al mando del 18º Cuerpo del Ejército -en el que están encuadradas la 11ª y 12ª Brigadas Internacionales- toma parte en la Batalla de Brunete.

Con la 15ª Brigada Internacional logra conquistar Villanueva de la Cañada aunque, según Thomas, Jurado y el resto de oficiales regulares tienen parte de responsabilidad en el pírrico balance republicano. Al fin y al cabo, no continúan con la ofensiva cuando la situación está a su favor, y Thomas lo achaca a la falta de imaginación e iniciativa de los oficiales y a lo anticuado de su formación. Durante la batalla es herido y tiene que ser reemplazado por el coronel Segismundo Casado.

Tras la Batalla del Ebro, -noviembre de 1938- la ofensiva del Ejército de Franco amenaza los frentes nororientales, y Vicente Rojo, jefe del Estado Mayor Central y amigo de Jurado, le destina a Cataluña. Poco puede hacer el ya general Jurado en medio de un frente que se derrumba y que, por otra parte, tampoco cuenta con mucha ayuda, ya que el Ejército en Cataluña está mayoritariamente dominado por comunistas, que no confían en él lo suficiente como para darle el mando efectivo de las fuerzas de choque.

Desanimado por la derrota que se hace inexorable, desencantado por las tensiones políticas que perviven en el bando republicano, aún en una situación tan crítica, y carente de la confianza de sus jefes, a pesar de haber probado sus conocimientos y eficacia en el Frente de Madrid, Jurado cruza la frontera rumbo a Francia acompañado de su amigo, el general Rojo.

Por su parte, el Gobierno de Negrín no recibe bien la noticia de la huida, en un momento en el que los problemas de los republicanos se multiplican, e intenta hacerle volver a España. Pero Jurado ha cambiado de postura y ahora es partidario de la paz, que está dispuesto a alcanzar a cualquier precio. Incluso, relata Thomas, envía informes a Franco en los que le revela cuáles serían los puntos más débiles en caso de que se lanzase un nuevo ataque, con el objetivo de acelerar el fin de la contienda, para la que sólo ve como única salida una capitulación honrosa.

En Montauban, el general asegura a Manuel Azaña que ya no hay ninguna esperanza de reacción y resistencia por parte del Ejército de la República, pero se niega a firmar la declaración que le presenta el presidente basándose en sus palabras. Jurado cree que con esta declaración, Azaña pretende respaldar su inminente dimisión de la jefatura del Estado. El general Jurado permanece en Francia hasta el fin de la Guerra y, una vez terminada ésta, decide abandonar el país galo y proseguir su exilio en Uruguay. En el país suramericano consigue el puesto de ingeniero jefe del Servicio de Catastro y Cartografía de Montevideo, donde aplica sus conocimientos y experiencia. Su mujer y sus hijos residen con él y adquieren la nacionalidad uruguaya.

Enrique Jurado Barrio fallece en Montevideo en 1965. Solamente después de su muerte puede regresar a España. En su testamento deja escrito el deseo de que sus restos reposen en el país que le vio nacer y, por ello, su cadáver es incinerado y sus cenizas son repatriadas para ser depositadas en el panteón familiar del cementerio madrileño de San Isidro, junto al río Manzanares.

Por un desagravio del destino, que le condena a acabar sus días lejos de su país, es en la ciudad donde Enrique Jurado combatió al inicio de la Guerra Civil y en cuya defensa participó en casi todos sus frentes, donde reposan finalmente sus cenizas: Madrid.

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