Adsense

lunes, 15 de octubre de 2012

Fernando de los Ríos (1879-1949)

"Padre del socialismo de guante blanco", como le define Lorca, y ministro republicano de Instrucción Pública, es el artífice de la reforma de la enseñanza universitaria y la introducción del bilingüismo en las escuelas


"Desgraciadamente no tenemos Universidades en condiciones que puedan satisfacernos. La Universidad, en la vida moderna, ha de cumplir estas tres misiones: primera, difundir la cultura; segunda, formar al profesional; tercera, investigar y crear ciencia. Pues bien, señores, la primera está sin tocar; la segunda no la hacemos bien, y la tercera no la cumplen más que algunas individualidades". Así habla Fernando de los Ríos Urruti durante una sesión de las Cortes en 1934, justo antes de su retraimiento político. La educación era una de sus preocupaciones fundamentales y la docencia su verdadera vocación.

Había nacido el 8 de diciembre de 1879 en Ronda, Málaga, y muy pronto quedaría huérfano de padre. Su infancia transcurre entre su localidad natal, Cádiz, y Córdoba, pero se traslada a Madrid al poco de cumplir los 16 años, siguiendo el consejo de su tío lejano Francisco Giner de los Ríos. Fue éste quien le acercó a la Institución Libre de Enseñanza, y a todas las empresas educativas impulsadas por ella. A través de la Institución y bajo la influencia de su mentor, recibe el influjo del ideal regeneracionista, que veía en la educación la mejor herramienta de transformación social para un país que no conocía aún las ventajas del progreso.

En 1901 se licencia en Derecho y tras pasar un tiempo trabajando en Barcelona, donde conoce a la que en julio de 1912 se convertiría en su esposa, Gloria Giner, se integra como profesor en la Institución Libre de Enseñanza.

Concluida su tesis doctoral sobre la filosofía política de Platón, viaja en 1909 a Alemania, donde reside 14 meses, tiempo escaso pero suficiente para conocer a los jóvenes que más adelante habrían de formar la Generación del 14, de la que asimiló sus ideales suscribiendo el manifiesto fundacional de la Liga de Educación Política Española, colaborando periódicamente en la revista España y el diario El Sol y apoyando las candidaturas del Partido Reformista, aunque sin participar activamente en el mismo. Sin embargo, en mayo de 1919 decide dar el salto a la política ingresando en el PSOE, partido en el que no tarda en asumir importantes responsabilidades. Al año siguiente, ya como diputado por Granada, es designado delegado socialista para viajar a la URSS y negociar allí el ingreso del partido en la Tercera Internacional, decisión que finalmente no es aceptada tras la intervención de De los Ríos en el Congreso extraordinario del partido que tiene lugar a su vuelta.

Fruto de esta experiencia será su libro Mi Viaje a la Rusia Sovietista, en 1921 y, cinco años más tarde, la obra cumbre de su pensamiento: El Sentido Humanista del Socialismo. Por ambas obras, y por toda su actitud política alejada del marxismo y más cercana a la tradición liberal, a diferencia de otros líderes de su partido, el historiador Gabriel Jackson dirá de él que es el heredero de las "tradiciones erasmista y humanista"y García Lorca, que le dedica a él y a su esposa el Romance sonámbulo, lo llamará "padre del socialismo de guante blanco".

Durante los años 20, De los Ríos se opone a cualquier colaboración con la dictadura de Primo de Rivera y se muestra partidario de un acercamiento entre el PSOE y las fuerzas republicanas para conseguir juntas la llegada de la República.

Esos años de la Dictadura los pasa impartiendo clases en diferentes universidades de Estados Unidos y México, de de donde regresa para adherirse al Pacto de San Sebastián y al Comité Revolucionario que surgió de él un mes y medio más tarde de su firma.

Una vez instaurado el nuevo régimen, Fernando de los Ríos es incluido en el Gobierno provisional, desde donde participará, en su doble condición de diputado constituyente y ministro de Justicia, en la elaboración de algunos de los artículos más polémicos de la Constitución, como los referidos a la reforma de la educación y a la separación de la Iglesia y el Estado, y en la redacción de la Ley del Divorcio y de la Ley del Jurado. También es uno de los tres ministros (el único no catalán) que se desplaza a Barcelona para frenar las ansias independentistas de Maciá recién proclamada la República.

Tras la formación del primer Gobierno constitucional en diciembre de 1931, encabezado por Manuel Azaña, es nombrado ministro de Instrucción Pública y Bellas Artes, cargo desde el cual continuará la labor iniciada por Marcelino Domingo. En el año y medio en que permanece en el cargo, pone en marcha una de sus acciones más destacadas, aunque también más criticadas: las misiones pedagógicas, cuyo objetivo fundamental, siguiendo sus propias palabras era "resucitar en la mente del campesino los valores culturales creados por sus antepasados (...). Hacer que fuera consciente de su historia, despertando en él un sentimiento de verdadera hispanidad (...)".

La reforma de las enseñanzas universitarias, la introducción del bilingüismo en las escuelas, el incremento de las partidas presupuestarias destinadas a la educación, la creación de la Universidad Internacional de Santander y la inauguración de 14.000 nuevos centros educativos no consiguen, sin embargo, alejarle de las críticas de la oposición, a causa de las cuales tiene que dimitir para pasar a ocupar el Ministerio del Estado, donde sólo tiene tiempo, antes de la derrota electoral de la Coalición Republicano Socialista, de conseguir el reconocimiento de la República por parte de la Unión Soviética.

Activo diputado durante el segundo bieno republicano, es nombrado en 1934 miembro de la comisión especial designada para esclarecer la actuación del Ejército en la represión posterior al levantamiento de Asturias. Reelegido nuevamente parlamentario en la legislatura que se inaugura tras la victoria en las urnas del Frente Popular, el estallido de la Guerra Civil le sorprende en Ginebra, desde donde se desplaza a París para hacerse cargo de la embajada republicana.

En esos primeros meses, su actividad consiste en la negociación con las autoridades francesas del envío de armas para la República, lo que sólo consigue a medias, debido a la posición de no intervención adoptada por el Gobierno frentepopullsta de León Blum. El resto de la guerra lo pasa como embajador español en Washington, prodigándose como conferenciante y defensor de la legalidad republicana en numerosos foros internacionales.

Exhausto de la actividad política, vuelve a las aulas como profesor de la New School for Social Research, en Nueva York, pero en 1945 José Giral, presidente de la República en el exilio, le ofrece la cartera de Estado, que ocupará sólo durante un año, para pasar, en los últimos años de su vida, a representar a la República ante la ONU. Muere en Nueva York, el 31 de mayo de 1949, tras una larga enfermedad, pero sus restos no son trasladados al madrileño cementerio de La Almudena hasta el 28 de junio de 1980.

No hay comentarios:

Publicar un comentario