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martes, 2 de octubre de 2012

Alfonso (1880-1953)

El gran fotógrafo español del primer tercio del siglo XX supo retratar magistralmente la vida del Madrid sitiado, dejando un legado de imágenes que constituyen una apasionante memoria gráfica de su tiempo 

El 16 de septiembre de 1936, un Comité de Intervención nombrado por la llamada Sociedad Obrera de Fotógrafos y Similares de Madrid, depen­diente de la Casa del Pueblo de la calle Piamonte, procedía a la incautación de los estudios fotográficos Alfonso. Gravemente amenazado por el avance nacional, Madrid afronta el primer otoño de la gue­rra sometido a un estado de excepción que se siente en todos los órdenes de la vida de la capital y al que no escapa la firma del gran fotógrafo español del pri­mer tercio del siglo XX. 

En el número seis de la calle Fuencarral, a la vuelta de la esquina del edificio de la Telefónica, objetivo prioritario del bombar­deo periódico que a partir de noviembre sufrirá la Gran Vía madrileña, se encuentra la galería fotográfica de Alfonso Sánchez García, más conocido, en una capital que lleva 30 años reflejándose en el objetivo de su cámara, como Alfonso. 

Con aquella incautación, el estudio pasaba a depender orgánicamente de la Casa del Pueblo. Toda su actividad será sometida a las necesidades del Comité y supervisada por el comisa­rio político de turno. Desde octubre, la hasta entonces próspera empresa, sometida a las duras condiciones de la guerra y a los impagos de las organizaciones obre­ras, no deja de perder dinero. Además, la merma­da plantilla del estudio se ve obligada a abandonar la sede de Fuencarral por el peli­gro de los bombardeos, y a tra­bajar exclusivamente en la sucursal de la calle Santa Engracia. 

Pero para garantizar la leal­tad de Alfonso a la causa republicana no era nece­saria incautación algu­na. El fotógrafo cuenta con un pedigrí republicano que luce con orgullo siempre que tiene ocasión. Nacido un 21 de febrero de 1880 en Ciudad Real -su padre, un modesto empresario teatral, montaba espectáculos allí por aquellas fechas-, contaba que en su bautizo sona­ron los acordes del himno de Riego. Cierto o no, la prematura muerte de su padre obliga al joven Alfonso a abandonar sus estudios en la Escuela de Artes y Oficios de Madrid. Realiza todo tipo de trabajos para contribuir al sostenimiento de su casa, pero no renuncia a desarrollar su vocación artística. Inclinado primero hacia la escul­tura, en 1895 entra como aprendiz en el estudio de Amador, por entonces uno de los retratistas más prestigiosos de la ciu­dad. Comienza así, como el más humilde de los meritorios, a labrarse su carrera como fotógrafo. Con la firma de la casa Amador publica sus primeras informacio­nes gráficas en Nuevo Mundo, semanario gráfico de la época. En 1897 entra en la plantilla del estudio de Manuel Compañy, otro de los grandes nombres de la foto­grafía madrileña. Allí combina el trabajo de estudio, donde con sólo 18 años se convierte en primer operador, con los encargos para prensa, gracias a los cuales y a su extraordinario don de gentes Alfonso comienza a darse a conocer entre los círculos políticos y culturales de la ciudad. 

En 1904 es nombrado responsa­ble de fotografía del diario El Gráfico, efímera apuesta de El Imparcial por el periodismo ilustrado: la nueva publi­cación apenas se mantiene seis meses en la calle. Alfonso se apunta entonces al flo­reciente negocio de las postales, hasta que unos meses después logra hacerse un hueco en la redacción de El Imparcial

En 1907 firma un contrato con los periódicos del recién constituido trust, for­mado por El Heraldo de Madrid, El Liberal y El Imparcial. Allí desarrolla su vocación de reportero y las que serán algunas de sus mayores virtudes como fotógrafo: una prodigiosa capacidad para la captación del espíritu madrileño a través de sus tipos tradicionales y de la vida de sus calles y sobre todo un sorprendente y vivísimo estilo periodístico. 

Su relación con los medios del trust no le impide colaborar con otros periódicos como ABC y con casi todos los semanarios ilustrados del momento. “Su creciente protagonismo en los nuevos medios y sus habituales colaboraciones en los históricos semanarios de Prensa Gráfica” -relata Publio López Mondéjar en su estudio sobre el fotógrafo para el libro Alfonso- “incrementaron considerablemente el tra­bajo de su estudio, que acabaría convir­tiéndose en una verdadera agencia”. 

Alfonso ya es el más importante repor­tero gráfico del país. En 1909 se consagra con su trabajo sobre la campaña de Marruecos y el desastre del Barranco del Lobo, y seguirá consolidando su prestigio recogiendo con su cámara los acontecimientos clave de su tiempo. Pero no renuncia a una faceta que le diferencia del resto de compañeros de la prensa gráfica: la de retratista. Su popularidad entre la sociedad madrileña le permitirá fotogra­fiar a casi todas las personalidades políti­cas y culturales de la época. Será Alejandro Lerroux el primer modelo ilustre de los muchos que pasen por el estudio de la calle Fuencarral, inaugurado en 1910. 

Alfonso se convierte así en memoria gráfica de su tiempo, de lo que sucede en las calles, en los cafés y los salones de aquel Madrid de pavorosos contrastes; y de quienes como políticos o intelectuales protagonizan la vida española de aquellos años. Consciente y orgulloso de su éxito, Alfonso expone su trabajo periódicamente en la galería de Fuencarral. Los años de esplendor del periodismo gráfico en España se prolongan durante la dictadura de Primo de Rivera y la República, una época en la que, como afirma López Mondéjar, “sentó el fotógrafo acta gráfica de la Historia de España”. Alfonso cuenta ya con la colaboración de sus tres hijos, todos ellos discípulos de su padre: Pepe, Luis, y sobre todo Alfonso, popularmente conocido como Alfonsito

La guerra altera la vida del estudio y de la familia. Tanto Alfonso como sus hijos acuden como reporteros a cubrir los fren­tes de la Sierra, Andalucía, Teruel o Guadalajara; pero sobre todo recogen, con sus viejas cámaras de placas recuperadas ante la escasez de negativos, la vida del Madrid sitia­do, desde la constitución de la Junta de Defensa al anuncio de Besteiro de la rendición de la ciu­dad en marzo de 1939. 

La caída de Madrid acaba con los años de éxito de Alfonso y su saga. Durante algunos meses pueden todavía desarrollar su trabajo. De entonces data el famoso retrato de Moscardó entre las ruinas del Alcázar. Pero en septiembre de 1940 la Dirección General de Prensa del Movimiento les niega la licencia necesaria para ejercer como reporteros gráficos. 

Esta prohibición, al igual que la destruc­ción por las bombas de su galería de Fuencarral, pesa gravemente en el ánimo de Alfonso. Con los años, su nombre es poco a poco rehabilitado. En 1949 realiza para la portada de ABC un retrato de Franco con ocasión del aniversario de su proclamación como Jefe del Estado. Pero sólo en 1952 se levantó el veto adminis­trativo que pesaba sobre él y sus hijos. En el caso del patriarca fue un último acto de desagravio, casi a modo de homenaje: Alfonso moría en Madrid el 13 de febrero de 1953.

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