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jueves, 24 de febrero de 2011

"Si la reacción sueña con un golpe de Estado incruento, se equivoca" Indalecio Prieto

 BILBAO. — «El Liberal» publica un artículo de Indalecio Prieto que titula «Apostillas a unos sucesos sangrientos» y que dice así: 

«El dia 14 de Abril, una traca que estalló al pié mismo de la tribuna presidencial y varios disparos hechos a lo largo del paseo de la Castellana perturbaron el desfile militar con que se festejaba el aniversario de la República. ¿Era sólo esta perturbación lo que se buscaba? Probablemente se perseguían finalidades más hondas y dramáticas. Pero eso no es cosa de examinarlo ahora. Si nos referimos a aquellos sucesos es para recordar que durante ellos cayó mortalmente herido un alférez de la Guardia Civil que, vestido de paisano, apareció envuelto en uno de los tumultos. Lo que acaeció con ocasión del entierro del referido alférez lo narré y lo comenté en estas columnas, atribuyéndole extraordinaria importancia. 

No voy a repetir ahora la narración ni el comentario. Solo he de decir que en contraste con la lenidad qué caracterizó la conducía de algunas autoridades superiores con motivo de los bochornosos incidentes ocurridos durante la conducción del cadáver, hubo, otras autoridades subalternas que procedieron con energia. Una de esas autoridades subalternas fue el teniente de asalto don José Castillo. Desde entonces se hallaba éste amenazado, lloviendo a diario en su casa los anónimos, y desde aquel día precisamente, Madrid viene siendo escenario de constantes crímenes políticos, entre los cuales descolló el asesinato del capitán Farundo, significado por su devoción a las ideas socialistas. 

Mas, por no hacer larga y penosa la enumeración, me referiré sólo a los atentados de estos días, a los que constituyen el último rosario sangriento. Noches atrás, se detuvo un automóvil frente a la terraza de un bar de la calle de Torrijos, se apearon del vehículo varios sujetos y con pístolas ametralladoras hicieron fuego, matando a uno de los circunstantes, al parecer fascista, e hirieron a otras personas. En el bar, según informes policíacos, solían reunirse algunos individuos afiliados al fascismo y pertenecientes a dos Cuerpos armados. A la noche Siguiente, cuando salían de sus respectivas asambleas en la Casa del Pueblo los dependientes de vaquerías y los tranviarios, hízóse fuego desde un automóvil contra varios grupos pacíficos de trabajadores, resultando muertos 4 obreros. Anoche, cuando salía de su domicilio, en la calle de Augusto Figueroa, el teniente de Asaltó don José Castillo, algunos sujetos que le acechaban le acribillaron a balazos. Horas después, varias personas, unas uniformadas y otras no; se presentaron en casa del señor Calvo Sotelo y se llevaron preso al diputado monárquico, cuyo cadáver transportaron después al Cementerio del Éste. 

Bien claramente se advierte el emparejamiento de estos sucesos. A una agresión sigue otra con intervalo de escasas horas, la réplica sangrienta. 

No he de escribir palabras que estimo ociosas para condenar semejantes procedimientos de lucha. Digo simplemente que, por honor de todos, esto no puede continuar. En tan lamentabilísimos episodios descubro yo señales que patentizan la existencia de aquellos peligros que vengo denunciando reiteradisimamente. Cada uno dé tales sucesos produce exasperaciones frenéticas. 

Hoy se dijo que la trágica muerte del señor Calvo Sotelo serviría para provocar el alzamiento de que tanto se viene hablando. Bastó este anuncio para que, en una reunión que solo duró diez minutos, el Partido Socialista, el Partido Comunista, la Unión General de Trabajadores, la Federación Nacional de Juventudes Socialistas y la Casa del Pueblo quedaran de acuerdo respecto a lo que habrá de ser su acción común- si el movimiento subversivo estalla al fin. Todas las discordias quedaron ahogadas. Frente al enemigo, la unión. 

Si la reacción sueña con un golpe de Estado incruento, como el del 23, se equivoca de medio a medio. Si supone que encontrará al régimen indefenso, se engaña. Para vencer habrá de saltar por encima del valladar humano que le opondrán las masas proletarias. Será, lo tengo dicho muchas veces, una batalla a muerte, porque cada uno de los bandos sabe que el adversario, si triunfa, no le dará cuartel. Aun habiendo de ocurrir así, sería preferible un combate decisivo a esta continua sangría.»

La Tarde : diario de izquierdas Año IV Número 671 - 1936 julio 16

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